¿SAN PEDRO
PRIMER PAPA?
Detalle en la
figura de quien, supuestamente, fue su cabeza inicial: San Pedro.
Su vida “en
especial tras la muerte de su amado Jesús” supone una auténtica incógnita y
representa un apasionante desafío para los teólogos, historiadores e incluso
arqueólogos que han intentado desentrañar sus misterios.
Las
implicaciones que se derivan de tales interrogantes son de suma trascendencia,
no sólo a nivel histórico, sino sobre todo en lo que se refiere a los cimientos
mismos de la Iglesia
de Roma...
Parece ser
que Pedro “su
verdadero nombre era Simón Bar Jonah, es decir, "Simón hijo de Jonah"
nació en la población de Bethsaida, a orillas del lago Tiberíades, en Galilea.
Aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, debió ser en tiempos
bastante próximos a los de su maestro. Pedro se dedicaba a la pesca en el mar
de Galilea, labor que realizaba junto a su hermano Andrés, quien fue también
uno de los primeros discípulos de Jesús. Ambos hermanos estaban asociados en dicho
negocio a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Es casi seguro que los cuatro
fueron discípulos de Juan el Bautista, y a través de él llegaron a conocer a
Jesús.
Ignoraremos
aquí el periodo de la vida de Pedro que coincide con la del rabí de Galilea, ya
que la damos por sobradamente conocida por todos a través de los escritos
recogidos en el Nuevo Testamento.
Tras la
muerte de Jesús y transcurrido un periodo inicial de desconcierto y miedo
(cosa por otro lado lógica), Pedro y el resto de los apóstoles se reúnen en
Jerusalén, primero para esperar el regreso de su maestro, y más tarde para
comenzar a predicar tímidamente la resurrección de Jesucristo.
Poco más se
sabe con certeza sobre Simón Pedro. Sabemos, eso sí, que realizó viajes por
Palestina, que visitó Antioquia, donde según la tradición habría ejercido como
primer obispo de la ciudad y que sus relaciones con San Pablo no fueron todo lo
amigables que deberían haber sido.
Pero apenas
sabemos nada más sobre la vida de Pedro. Los Hechos de los Apóstoles lo
mencionan por última vez en el capítulo XII. En ese pasaje, Pedro está
encerrado en una cárcel de Jerusalén, donde es liberado gracias a la
intervención de un ángel. A partir de ese momento, fechado en el año 44 d.C.,
el apóstol favorito de Jesús se esfuma sin dejar rastro...
Si
preguntamos a uno de los 1.000 millones de católicos que hay en la actualidad
acerca de la muerte y posterior enterramiento de San Pedro, seguramente nos contestará
que el apóstol murió martirizado en Roma y que fue enterrado allí, justo en el
lugar en el que hoy se levanta majestuosa la Basílica de San Pedro del
Vaticano.
Y,
efectivamente, esto es exactamente lo que ha ido transmitiendo la tradición.
Un relato piadoso que es tomado por la mayoría como un hecho cierto y rigurosamente
histórico. Pero, ¿realmente es así? ¿Existen pruebas de que Pedro predicó en
Roma, fue martirizado durante la persecución de los cristianos y posteriormente
enterrado en la ciudad?
¿Estuvo
realmente San Pedro en Roma?
Durante
siglos, una piadosa tradición ha asegurado que San Pedro llegó a Roma en
tiempos del terrible emperador Nerón, y que fue martirizado tras la persecución
lanzada por éste contra los cristianos en el año 64 d.C. Según este relato,
Pedro habría sido condenado a morir crucificado “él pidió que lo hicieran
cabeza abajo, ya que no se creía digno de morir como su maestro” en el Circo de
Nerón. Junto a él, otros condenados a muerte ardían como antorchas humanas iluminando
el terrible espectáculo. Tras su muerte, sus seguidores habrían enterrado sus
restos muy cerca de allí, en la colina Vaticana.
Sin embargo, y por mucho que pueda sorprender, no existe
una sola prueba documental que demuestre que Pedro visitó alguna vez Roma y,
por lo tanto, tampoco de que muriera y fuera enterrado allí tras ser
martirizado.
La pista de Pedro
desaparece en Jerusalén, según lo recogen Los Hechos de los Apóstoles.
Existen dos
epístolas atribuidas a San Pedro, pero la mayor parte de los expertos coinciden
en señalar que son falsas casi con total segundad. La primera de ellas contiene
una alusión a su estancia en "Babilonia", que al parecer podría
identificarse con la ciudad de las siete columnas.
Sin embargo, el texto recoge
ideas que parecen ajenas al propio Pedro, y que según algunos exegetas, es posible
que incluso pudiera haberla escrito el mismo Pablo. Al parecer, la carta está
escrita en un griego excelente, lo que hace difícil que surgiera del puño y
letra de Simón Pedro, un sencillo Galileo de escasa cultura. Los defensores de
su autenticidad han sugerido que pudo ser redactada por un tal Silvano, que
habría ejercido de secretario personal de Pedro. Sin embargo, más tarde se
averiguó que el tal Silvano fue en realidad un personaje más cercano a Pablo de
Tarso.
La segunda
carta está incluso mejor escrita, y su estilo es marcadamente diferente a la
anterior. Ha sido datada por los expertos en torno al 150 d.C., por lo que de
ninguna forma pudo ser obra del Galileo.
Tampoco
menciona San Pablo, en ninguno de sus escritos, que Pedro estuviera en Roma. Y
este dato es especialmente importante en el caso que nos ocupa. En la epístola a los Romanos desde Corintio, el de Tarso
saluda a varios amigos romanos, y sin embargo no hace ninguna referencia a San
Pedro. ¿No sería lógico que si
Simón Pedro se encontraba en Roma, Pablo le hubiera dedicado también un saludo?
Tampoco encontramos referencia alguna en Los Hechos cuando describen la llegada
del apóstol San Pablo a la ciudad Eterna en el año 60.
Muy
acertadamente, un historiador español se
hace la siguiente pregunta: ¿Si Pedro no estaba en Roma en el año 58 (fecha de la Epístola a los Romanos) ni
del 60 al 62 (presencia de Pablo en Roma), y según la tradición fue
crucificado en el 64, tras varios años de predicación, ¿cuándo y desde dónde
llegó?
La primera
referencia a una posible presencia de San Pedro en Roma la encontramos en una
carta escrita por Clemente Romano, uno de los supuestos sucesores de Pedro, en
el año 96 d.C. Sin embargo, los críticos han destacado que se trata de
menciones muy vagas y que no se conoce el contexto exacto al que se refieren.
Las
siguientes menciones son aún más tardías y podrían servir únicamente como
prueba de que, en la época en la que fueron escritas, existía ya la creencia
de que Pedro estuvo en la ciudad y que murió allí.
Así, por
ejemplo, Eusebio de Cesárea, recoge la historia de un presbítero llamado Gaio o
Cayo, que vivió a finales del siglo II y principios del III, y que menciona las
tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo:
*También lo afirma, y no con menor
certidumbre, un varón eclesiástico llamado Gaio, que vivió durante el obispado
en Roma de Ceferino. Este Gaio, en una disputa escrita con Proclo, jefe de la
secta de los Catafrigios, habla acerca de los lugares donde se hallan los
santos restos de los apóstoles que hemos mencionado, y dice lo siguiente: “Pero
yo puedo mostrar los trofeos de los apóstoles. Pues si deseas ir al Vaticano o
al camino de Ostia, verás los trofeos de aquellos que fundaron esta iglesia”.
*Otros
autores que también se hacen eco de la tradición que ubicaba en Roma al
apóstol (todos ellos ya muy avanzado el siglo II) son Lactancio, Ireneo de
Lyon, Dionisio de Corinto o Tertuliano. Algunos de estos autores no sólo
mencionan la presencia de Pedro, sino que hacen coincidir a éste con Pablo de
Tarso. Otra fuente de gran utilidad, el Líber Pontificalis "Libro de los Papas",
va aún más lejos, y menciona incluso el lugar en el que habría vivido Pedro: la
cima del monte Esquilino, donde erigió un oratorio.
Como vemos,
lo único que se puede afirmar con rotundidad tras examinar las fuentes
documentales y los escritos de los primeros Padres de la Iglesia es que a finales
del siglo II existía ya una tradición bien asentada entre los cristianos sobre
la presencia del pescador de Galilea en la capital del Imperio Romano.
Algún tiempo
después, el emperador Constantino levantaría una basílica en honor al apóstol
sobre su supuesta tumba, ubicada en la colina vaticana.
¿Está Pedro
realmente enterrado en Roma?
Ha quedado
claro que la documentación histórica no resulta suficiente para demostrar,
fuera de toda duda, la presencia de Pedro en Roma. Sin embargo existía otra
posibilidad mediante la cual confirmar lo defendido por la tradición: la
presencia de la supuesta tumba del apóstol (y por lo tanto sus restos) bajo los
cimientos de la actual basílica del Vaticano.
Hasta el
siglo XX, poco se pudo hacer para tratar de aclarar las incógnitas existentes.
Pero en 1939, poco después de su consagración, el papa Pío XII nombró un
equipo de estudio con la finalidad de que realizaran excavaciones arqueológicas
bajo los cimientos de San Pedro y resolvieran el enigma de una vez por todas.
Eso sí, debían mantener el mayor de los secretos...
El equipo
encargado de la investigación estaba formado por los especialistas Enrico Josi,
Antonio Ferrúa, Engelbert Kirschbaum y Bruno Ghetti, todos ellos religiosos.
Además, sus pesquisas y descubrimientos fueron supervisados en todo momento
por un estrecho colaborador del pontífice, monseñor Ludwig Kaas.
Los primeros
trabajos certificaron la existencia de una necrópolis del siglo I d.C. bajo el
suelo de la basílica, lo que venía a confirmar parte de lo que aseguraba la
tradición. Se encontraron numerosos nichos paganos y también algunas de las
primeras tumbas de fieles cristianos. Los arqueólogos descubrieron también que
el antiguo templo construido por el emperador Constantino parecía estar
especialmente diseñado para destacar una parte concreta de la necrópolis.
Justo en esta zona se produjo un interesante hallazgo: una tumba con aspecto de
Trofeo que parecía coincidir en su ubicación y características con el monumento
descrito por el presbítero Gaio y que podría datar, según los expertos, del año
165.
Finalmente,
en 1951 el equipo de Ferrúa publicó los informes oficiales con los resultados
de su investigación. A pesar de que realizaron un trabajo riguroso y objetivo,
su estudio no escapó a las críticas, que acusaban a los religiosos de haber
realizado una investigación "deficiente". Además, se comprobó que se
había producido un continuo enfrentamiento entre el equipo de investigadores y
monseñor Kaas.
En 1953, Pío
XII autorizó una segunda investigación en la necrópolis vaticana, esta vez
dirigida por la experta epigrafista Margherita Guarducci, cuya familia tenía
una estrecha amistad con el pontífice. Las incursiones de Guarducci en el lugar
de las excavaciones echaban por tierra (en su opinión) el trabajo realizado por
sus predecesores. Fue así como descubrió una serie de inscripciones en los
muros que se encuentran en el lugar donde, según la tradición, está la tumba de
San Pedro. Una de ellas llamó especialmente su atención. Estaba escrita en
griego, y rezaba: Petrus eni, o lo que es lo mismo, "Pedro está
aquí". Sin embargo, dicha inscripción fue datada en torno al año 150 d.C.,
por lo que, al igual que ocurría con las fuentes documentales, sólo demostraba
la existencia de una creencia en que allí estaba enterrado Pedro.
Pero la mayor
polémica estaba por llegar. Guarducci explicó que un sampietrini (uno de los
trabajadores que estaba bajo las órdenes de Kaas) le había dado una caja de
madera con huesos que habían sido descubiertos en uno de los lóculos de la
necrópolis. El obrero explicó que la caja había sido custodiada durante años
por Kaas, quien guardó silencio sobre el hallazgo.
¿Los restos
de quien?
Guarducci
también explicó que los huesos habían estado envueltos en una tela púrpura con
bordados en oro, y que los estudios forenses habían determinado que los restos
correspondían a los de un varón de unos 60-70 años. Los resultados obtenidos
por la epigrafista fueron publicados en varias publicaciones, pero recibieron
también duras críticas. Entre los mayores críticos de su metodología estaba el
propio Antonio Ferrúa. Éste dio a conocer un examen más exhaustivo de los
restos óseos, realizado por Venerando Correnti, catedrático de Antropología de
las Universidades de Palermo y Roma. Correnti y su colaborador Luigi Cardini
descubrieron que los restos óseos no pertenecían a un único individuo, sino
que habría también partes de otro esqueleto, correspondiente a un individuo
joven. Y lo más sorprendente: en la caja de madera también se conservaban
huesos de una oveja, un buey y hasta los de ¡un ratón!
A pesar de
estos nuevos datos, el papa Pablo VI dio crédito a las investigaciones de
Guarducci, y el 26 de junio de 1968 hizo un comunicado anunciando el
descubrimiento de los restos del apóstol:
“Creemos
nuestro deber, en el estado actual de las conclusiones arqueológicas y
científicas, dar a Uds. y a la
Iglesia este anuncio feliz, obligados como estamos a honrar
las reliquias sagradas, respaldados por una prueba confiable de su
autenticidad. En el caso presente, nosotros debemos ser aún más impacientes y
exultantes cuando tenemos razón en creer que han sido encontrados los pocos
pero sagrados restos mortales del Príncipe de los Apóstoles, del hijo de Simón
de Jonah, del pescador llamado Pedro por Cristo, del que fue escogido por el
Señor para fundar Su iglesia y a quien Él confió las llaves de Su reino hasta
Su gloriosa vuelta final”.
Sin embargo,
cosa curiosa, tras la muerte de Pablo VI Guarducci ya no pudo volver a entrar
en la necrópolis, y las supuestas reliquias de San Pedro fueron retiradas del
edículo monumental. Ella mantuvo hasta su muerte que la culpa de su ostracismo
la tenían las maquinaciones del padre Ferrúa, carcomido por la envidia de sus
descubrimientos.
Actualmente
la polémica persiste. A pesar de las excavaciones y de los datos ofrecidos por
la tradición, no se puede afirmar que Pedro fuera enterrado bajo la Basílica de San Pedro.
De hecho, no
es necesario recurrir a la arqueología para comprobar que resulta bastante
difícil que los restos del pescador Galileo fueran enterrados donde se ha
dicho. Si realmente Pedro fue martirizado por los romanos mediante la crucifixión,
lo más probable es que sus restos (como criminal que era considerado por las autoridades)
fueran incinerados y sus cenizas arrojadas con desprecio a las aguas del
Tíber.
Aún aceptando
la improbable posibilidad de que su cadáver no fuera quemado o arrojado a las
fieras del Circo, sería prácticamente imposible que sus discípulos y
seguidores hubieran podido "rescatar" sus restos sin ponerse ellos
mismos en grave peligro. Para recuperar el cuerpo de Pedro habrían tenido que
solicitar permiso a las autoridades, lo que equivaldría a quedar identificados
como cristianos "peligrosos" y alborotadores. Por lo tanto es
bastante difícil que unos supuestos discípulos del apóstol le dieran cristiana
sepultura en la actual colina Vaticana.
De modo que
estamos como al principio. Ni las fuentes documentales ni las excavaciones
arqueológicas han escapado a la polémica. Y la pregunta principal ¿estuvo
Pedro en Roma y murió allí martirizado? queda sin una respuesta segura. Lo único que podemos considerar como hecho contrastado es que, ya muy avanzado
el siglo II existía una creencia entre los cristianos de que, efectivamente,
los restos de Pedro descansaban en la necrópolis de la citada colina
vaticana...
[J§L].
MMXIII.
Las cadenas que mas oprimen son la que
menos pesan.
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