La Historia no contada

La Historia no contada
José Luis Rodríguez Pereiro

martes, 10 de diciembre de 2013

¿LA NEUROECONOMÍA REVOLUCIÓN EN EL MARKETING Y LA PUBLICIDAD?


El Dinero:

Así nos transforma el dinero:
Todo el mundo asegura que si tuviera el dinero suficiente daría más; que haría, por ejemplo, como Warren Buffett. Este financiero, una de las personas más influyen­tes de Estados Unidos, cuya for­tuna ronda los 44.000 millones de dólares, donó recientemente más de 30.000 millones a la Fundación de Bill y Melinda Gates que lucha contra el sida y la Malaria. Pero si atendemos a los resultados de un artículo publicado en la revista Science, este impulso de dar no es tan natural como pensamos. Un grupo de psicólo­gos de la Universidad de Minneso­ta ha demostrado que sólo el pen­sar en dinero impulsa a la gente a volverse más independiente en el trabajo, menos predispuesta a pedir ayuda y a darla. Según este estudio, las personas se vuelven reacias a ofrecer voluntariamen­te su tiempo y avaros cuando se les pide que donen dinero para una causa valedera. "El efecto es idéntico en hombres y mujeres, en hijos de banqueros poderosos y en hijos de fontaneros", explica Kathleen Vohs, autora principal del trabajo. El dicho popular afirma que el dinero cambia a las personas. ¿Pero tanto nos transforma? ¿Tan frágiles son nuestras convicciones?
La investigación de Science es casi una excepción. Históri­camente, se le ha prestado poca atención a cómo el dinero influ­ye en las personas. De hecho, la mayor parte de los economistas no basan sus teorías en compor­tamientos reales. Usan el deno­minado Homo economicus, un ser humano que se comporta de forma perfectamente racional ante estímulos económicos y que mide los costes y beneficios antes de tomar la decisión más útil.

El "Dinero" nos vuelve de lo más irracionales:
Pero el ser humano no actúa así cuando se trata de dinero. "Somos algo más complicados que una máquina de hacer sumas y res­tas. Difícilmente podemos hallar la fórmula matemática que nos hace enamorarnos de determinada per­sona o que hace que la odiemos a más no poder. La economía se que­da coja ante la irracionalidad de los individuos", afirma Pablo Peyrolón, doctor en economía y profesor en la Escuela de Administración de Empresas en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
En las decisiones financieras entran en juego elementos incon­trolables, como los sentimientos o las intuiciones. En los últimos tres años, algunos neuro-científicos han centrando sus investigaciones precisamente en ellos. Así ha nacido una nueva ciencia, la neuro-econo­mía, que mezcla los conocimientos de la neurología y la economía, y ya se considera una auténtica revo­lución por sus implicaciones en el marketing o la publicidad.

Una razón biológica de nuestra naturaleza económica:
Las neurociencias nos permiten tener una mejor comprensión de nuestro cerebro: cómo funciona y por qué funciona como funciona. Esta mayor comprensión cerebral nos permite, a su vez, entender mejor cuáles son las motivaciones que mueven a la gente, esto es, por qué hacen lo que hacen. "La neuro-economía pretende desarro­llar un modelo de comportamien­to que nos permita comprender mejor la toma de decisiones y las motivaciones que se esconden tras elecciones económicas utilizando los conocimientos de la biología", señala Peyrolón.
En la neuro-economía, los inves­tigadores seleccionan voluntarios y les piden que tomen distintas elecciones económicas con juegos electrónicos o simuladores bursáti­les desarrollados por economistas experimentados. Mediante técni­cas de imagen, como la resonancia magnética, registran los cambios que se producen en las distintas zonas del cerebro cuando deciden asumir un riesgo, confiar en otra persona o rechazar una oferta.
Uno de los juegos más usados es el del ultimátum. Consiste en lo siguiente: el jugador A tiene 10 euros y puede ofrecer la cantidad que quiera al jugador B. Pueden ser cinco euros, la cantidad más justa, o menos, según con cuánto dinero piense que se puede quedar. Si el jugador B acepta la oferta, el dinero se reparte, pero si lo rechaza, am­bos jugadores se quedan sin nada. ¿Qué se espera que hagan los jugadores? El jugador B debería acep­tar cualquier oferta, ya que algo de dinero es mejor que nada. Mientras tanto, el jugador A debería ofrecer lo menos posible: un euro. Esta estrategia es el equilibrio estándar de la teoría del juego. Sin embargo, las cosas no son necesariamente así cuando se practica en un laborato­rio con dinero de verdad. La ma­yoría de los participantes recha­zan cantidades inferiores a dos o tres euros. Prefieren penalizar al jugador A antes que sentirse en­gañados. "Esto va en contra de la lógica económica, que diría que es mejor quedarse con algo que perderlo todo", afirma Jonathan Cohén, autor del estudio y profe­sor de neurociencia cognitiva en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos.

Ganar una buena suma dispara nuestras hormonas:
Paúl Zak, director del Centro de Estudios Neuro-económicos de la Universidad de Claremont y uno de los pioneros de la neuro-econo­mía, ha estudiado la confianza en las personas con una variante del juego del ultimátum. En este caso cada participante recibe 10 dólares pero el jugador A recibe 10 dólar adicionales. Los distintos jugadores interactúan de manera anónima en su ordenador. El jugador A puede enviar cualquier cantidad al jugador B. Lo que envíe, se triplica: cinco dólares se transforman e 15. Finalmente, el jugador B puede devolver parte del dinero al A. Si jugador A piensa que el B no le va a devolver nada, el jugador A mantiene la oferta inicial. Ese es el equilibrio estándar del juego. Esta vez, los investigadores también analizaron la sangre de cada usuario inmediatamente después de que la persona tomara la decisión de en­viar o no dinero en busca de ocho hormonas diferentes. En el caso del jugador A, no parecía incidir nin­guna hormona. En el jugador B, cuanto más dinero recibía, mayor era el nivel de oxitócina en su san­gre. Cuanto mayor era, más dinero devolvía el jugador B. La oxitócina, producida por el hipotálamo, está relacionada con los patrones sexua­les, la ternura y la afectividad.
Por el momento, estos juegos se han hecho en individuos aislados o con grupos reducidos, pero ya hay iniciativas para estudiar muchos cerebros con sensores conectados a través de Internet mientras los voluntarios practican uno de es­tos juegos económicos. Científicos como Colin Camerer, del Instituto Tecnológico de California y autor del libro Behavioral Game Theory, se han propuesto analizar estas re­des y otras estructuras complejas, como la Bolsa, donde las decisiones las toman millones de mentes.

Herramientas para penetrar en las mentes de los brokers:
Estos estudios permitirían ana­lizar el misterio de la formación y destrucción de una "burbuja" financiera o explicar el comporta­miento de los brokers: cuando van perdiendo deciden seguir apostan­do e invirtiendo, mientras que la gente normal se asusta y se planta.
Aunque los expertos advierten que la investigación en neuro-eco­nomía acaba de dar sus primeros pasos, esto no reduce el entusiasmo de unos y el escepticismo de otros. "Los economistas pueden usar es­tos descubrimiento para cuantificar la contribución de la emoción y la deliberación en la toma de de­cisiones", asegura el doctor Cohén. Aldo Rustichini, neuro-economista de la Universidad de Minnesota, va un poco más allá: "Estamos abriendo la caja negra del proceso de decisión". Sin embargo, para muchos teóricos defensores de la economía tradicional la neuro-eco­nomía no es más que un circo. No sucede lo mismo con la economía del comportamiento, una discipli­na que surgió un poco antes y de la que deriva la neuro-economía. Aceptada de forma unánime por las corrientes académicas, que sí la consideran una ciencia seria, tiene ya en su haber dos premios Nóbel: Daniel Kahneman, que lo recibió junto con Vernon Smith, y Gary Becker. Al igual que la neuro-econo­mía, la economía conductual está aportando ideas revolucionarias para entender por qué los merca­dos a veces funcionan tan mal.

Tan bueno como la mejor ópera o como el chocolate:
Daniel Kanheman trabajó con otros neuro-científicos como Peter Shizgai, de la Universidad de Concordia, en Montreal. Utilizando juegos de apuestas y técnicas de imagen cerebral observó que el dinero desata la misma actividad cerebral que un sabor agradable, música placentera o incluso drogas adictivas: la activación del circuito placer-recompensa y la liberación del neurotransmisor dopamina. La cantidad de dopamina producida por un determinado jugador dependía de sus experiencias vitales pasadas y de su propia biología. En sintonía con los resultados de Kah­neman, neuro-científicos de la Uni­versidad de Pittsburg han publica­do un estudio en la revista Journal of Neuroscience en el que se mide la actividad del núcleo estriado, uno de los centros de recompensa, en personas que jugaban a una varian­te del famoso "Trato hecho".

En busca de un método para superar adicciones:
Los individuos tenían que elegir entre una recompensa inmediata de una cantidad entre 10 céntimos y 105 dólares o 100 dólares segu­ros que recibirían una semana, uno o varios meses o hasta 5 años después. Los científicos han obser­vado que las personas más impul­sivas que se decantan por el dinero inmediato presentan una actividad mayor en el núcleo estriado que los que prefieren esperar y asegurar una cantidad fija. La actividad de esta región está controlada por la dopamina que se libera en respues­ta a estímulos placenteros. Varias investigaciones han demostrado que las personas que sufren adic­ciones también tienen un estriado más activo. Por ello, los científicos quieren estudiar la conexión entre los niveles de dopamina y la reactividad del núcleo estriado. Afirman que esto podría explicar la propen­sión de determinadas personas a sufrir adicciones y ayudar a tratar a las personas con comportamien­tos impulsivos.
La neuro-economía también analiza aspectos de la cooperación entre personas. Esta nueva ciencia confirma que el compañerismo se ve seriamente amenazado cuando detrás hay incentivos económicos. Varios neuro-científicos de diversas universidades han estudiado este fenómeno con variantes del clásico “dilema del Prisionero”. Este juego mide la voluntad de una persona a cooperar con otra o a traicionarla en beneficio propio. Tradicionalmente, el juego consiste en dos delincuentes que son detenidos y encerrados en celdas de aislamien­to de modo que no puedan comuni­carse entre ellos. El alguacil sospecha que han participado en el robo de un banco, delito cuya pena es de diez años de cárcel, pero no tiene pruebas. Promete a cada uno que reducirá su condena a la mitad si proporciona las pruebas para cul­par al otro. Los prisioneros tienen dos opciones: permanecer en silencio o traicionar al compañero.
En este ultimo caso, los científicos han observado que en cerebro de los individuos se produce un pico de dopamina justo antes de que traicionen al otro jugador; de igual forma, es posible localizar y examinar los circuitos cerebrales que se activan cuando las persona prevén una ganancia o cuando deciden castigar a los aprovechados en un juego de solidaridad en el que hay que compartir bienes comunes. Varios programas de televisión explotado estos juegos de estrategia. El concurso de la tele catalana TV3 Sis a traició. (Seis a traición) consistía en ganar 50.000 euros a costa de los demás participantes a través de la mentira.
Siguiendo con la relación entre los negocios y las emociones, Antoine Bechara, profesor de neurología de la Universidad de Iowa, con investigadores de la Universidad Carnegie Mellon y la Escuela de Graduados de Stanford publico el año pasado un curioso trabajo en el que anunciaba que quienes tenían una lesión en la corteza PRE-frontal ventromedial (una región relacionada con la capacidad para experimentar emociones como el temor o la ansiedad) tomaba mejores decisiones financieras que las  personas sanas; eso sí, bajo ciertas circunstancias, porque en la vida real los pacientes con los mejores resultados estaban en la ruina. Debido a su carencia de emociones permitieron que la gente se aprovechara de ellos y realizaron algunas inversiones absurdas. Según Bechara, la clave está en saber reconocer cuándo las emociones son buenas o malas y usar la relación entre ellas  y las circunstancias como guía.

Así se influye en nuestras decisiones pecuniarias:
Algunos de los hallazgos descritos por los neuro-científicos se pueden expresar en forma de ecuaciones matemáticas que los economistas o los comerciales usan para influir en la toma de decisiones económicas o para buscar el botón de compra que todos tenemos en el cerebro y activarlo. Michelle Nichols, una consultora en venta y colaboradora del prestigio semanario Business Week, empezó una de sus columnas de la siguiente manera: "¿Ha presentado alguna vez a un cliente la solución más lógica a su problema y aún así otro se ha hecho con esa venta? ¡Seguro que sí! [...]. Para entender porqué esa venta que debería haber sido nuestra se desvió, le daré una pequeña lección de ciencia que, ha­blando en términos biológicos, es­pero explique la extraña conexión que conduce a los clientes a recha­zar las opciones más lógicas".
"La publicidad clásica ha muerto, ha llegado la hora del neuro-marketing dirigido a la venta de produc­tos, servicios, propaganda política, control mental...", escribe Pablo Peyrolón en su blog. Convencer a los consumidores mediante la re­ducción de precios o el incremento de la calidad son tácticas obsoletas, según el investigador español.

Una forma de manipular la mente de los compradores:
El neuro-marketing manipula el cerebro del consumidor para convertir un producto en un de­seo mental al que nadie pueda resistirse. "No es una forma de engañar", matiza Peyrolón. "Es simplemente una forma más efi­caz de venta. Usa las emociones que ya están programadas en el cerebro de los individuos."
Gracias a los avances de las neuro-ciencias se puede saber cómo reac­ciona el cerebro ante determinados estímulos. Así, se pueden diseñar estrategias de venta basadas en colores que activan las emociones más íntimas del comprador, perfu­mes que ayudan al consumidor a relajarse en el centro comercial o música con un ritmo programado por un neuro-científico que reduz­ca los niveles de respiración y rit­mo cardíaco, trasladando al cliente a un estado cercano al más elevado de los placeres. Algunas de ellas ya se aplican en el neuro-marketing.
“Venda emociones mentales, que son las que llevarán a comprar su producto. Las neuronas de sus clientes valen millones”. Por afir­maciones como esta algunos han tildado el neuro-marketing de poco ético e incluso de amoral. Pero lo cierto es que el mercado, en el que lo que importan son los beneficios, ya lo es en sí mismo. En Estados Unidos ya funcionan con elevada rentabilidad consultorías dedicadas exclusivamente al neuro-marketing. También existen en el Reino Unido, Alemania y Austria. En España, el propio Pablo Peyrolón abrió la pri­mera y única consultora de neuro­-marketing en 2004.

La publicidad influye en nuestra toma de decisiones:
¿Por qué algunas personas compran por ejemplo la Coca-Cola si en reali­dad prefieren el sabor de Pepsi? Un estudio publicado en la revis­ta Neuron el año pasado ratificó las teorías del neuro-marketing. A través de la resonancia magnética funcional por imágenes, una téc­nica que mide el flujo sanguíneo cerebral, científicos del Colegio de Medicina Baylor en Houston demostraron que conocer la mar­ca que se está comprando influye en las preferencias personales a través de circuitos cerebrales in­volucrados en la memoria, la to­ma de decisiones y la imagen que cada uno tiene de sí mismo.
El experimento consistía en un test ciego en el que voluntarios bebían Coca-Cola y Pepsi. Cuando los investigadores supervisaron los escáneres cerebrales de los 67 participantes en el experimento, comprobaron que la mitad decía pre­ferir Pepsi. Sin embargo, cuando conocieron la marca que estaban bebiendo, la actividad en diferen­tes partes del cerebro ligadas a la lealtad de marca descolocaron las preferencias originales. Coca-Cola “encendía” la corteza PRE-frontal media, una región del cerebro que controla el razonamiento más elaborado. Entonces tres de cada cuatro rectificaron y dijeron que preferían Coca-Cola.

La riqueza no tiene por qué equivaler a dinero en metálico:
Una vez demostrada la influen­cia psicológica de la publicidad, queda inaugurada una nueva for­ma de marketing que busca res­puestas en el cerebro. Platón dijo que la conducta humana se ase­mejaba a un carro tirado por dos caballos: razón y emoción. Los neuro-economistas han actualiza­do la metáfora: la razón es un pe­queño pony, la emoción un brioso caballo. Desde que apareció el di­nero, la atracción del ser humano hacia el vil metal no ha cesado. Ya sea en forma de monedas, billetes o tarjetas de crédito. Sin embar­go, a día de hoy sigue sin estar del todo clara cuál es la relación del dinero con la felicidad, o de la ri­queza con el bienestar, el desarro­llo o la virtud. Oscar Wilde afirmó que el dinero es como el estiércol: “Si se amontona, huele”.
Mucho se ha escrito sobre el aro­ma del peculio y su poder de atrac­ción. Pero ni en esto el ser humano se pone de acuerdo. Para algunos, el dinero apesta. Para otros, es el perfume más embriagador del mundo. Tal vez por ello un equipo de científicos estadounidenses ha decidido resolver el dilema en el la­boratorio. En un estudio aseguran haber aislado el verdadero olor del dinero y afirman que, al menos en lo que se refiere a las monedas, no es más que el tufillo metálico que estas desprenden tras haber estado en contacto con la piel sudorosa.
Un mismo olor, pero un mundo de significados. La riqueza, en al­gunas partes del mundo, no tiene nada que ver con sacos de billetes. En Malekula, una isla de las Nuevas Hébridas, en el océano Pacífico, los ricos son quienes tienen muchos Jabalís, especialmente con los colmillos finamente curvados, así que la atención de los indígenas se dirige a la adquisición de ese tipo de cerdos. La historia del dinero es­tá llena de trivialidades incompren­sibles, detalles sin sentido, delirios y locura. Es fuente de peleas familiares, odios, traiciones… pero a la vez produce seguridad, libertad, comodidad…"Es lógico esperar cier­ta fragilidad humana frente a los temas monetarios, porque vivimos en una sociedad hipe-capitalista en la que la forma habitual de medir el precio de todo es mediante el dine­ro", dice Peyrolón.

La mayor fuente de alegrías e insatisfacciones:
"El dinero no da la felicidad, pe­ro procura una sensación tan pa­recida que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia", asegura Woody Allen. Para los psicólogos, el dinero es, sin duda, una fuente inagotable de trabajo. Afirman que hoy en día hay más locura y enfermedad aso­ciada a él que al sexo o a cualquier otro componente mental.
El filósofo Fernando Savater resume la compleja relación en­tre el dinero y las personas de la siguiente forma: "La condición del dinero es singular entre todos los productos culturales; cuantos tes­timonios se refieren a él a lo largo de los siglos le caracterizan jun­tamente como lo más apreciado de hecho y como lo más despre­ciado. Los hombres no se cansan de desearlo, ni los moralistas de denostarlo".

Lujorexia, la enfermedad de los ricos riquísimos:
¿Qué tienen en común Los Rolling Stones, Karl Lagerfeld y Paco "el Poce­ro"? Todos ellos son ricos, famosos... ¡y lujoréxicos! El diario The Sunday Ti­mes se ha inventado esta palabra, "lujorexia", para definir una enfermedad que consiste en enfocar la vida de forma obsesiva hacia el lujo absoluto.
Suelen ser personas que necesitan que alguien siempre les haga el traba­jo cotidiano. Lo que para un ciudadano de a pie es un verdadero lujazo, para ellos es una necesidad. Así, para uno de estos "enfermos", tener una nevera en su baño para mantener sus productos de belleza a la temperatura idónea puede ser básico para su existencia. Además, consideran que no sólo es importante poseer los caprichos, si­no también mostrarlos al resto de mortales. La lista de famosos que "sufren" lujorexia es amplia. Por ejemplo, Paris Hilton ha comprado una tierra al lado de la tumba de Marilyn Monroe para enterrar a su cabra y ya prepara su reality en el espacio. A Juan Antonio Roca lo conocemos, además de por ser cerebro del caso Malaya marbellí, por su afición a coleccionar cuadros de Miró encima de la bañera. Y es que el dinero no da la felicidad, pero sí la desmesura. Pobres.

La naturaleza puede explicar los mecanismos económicos que mueven la Bolsa
Un grupo de economis­tas del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) y físicos de la Universidad de Boston han demostrado en un estudio publicado en Nature que la Bolsa sigue escrupulosamente las leyes de la naturaleza. En la investigación han analizado durante cuatro años casi 100 millones de transacciones de los mercados bursátiles y aplicado la distribución estadística de Pareto o ley potencial, que mide las relaciones matemáticas que existen entre los acontecimientos.
Así, han observado que los mecanismos que regulan actividades de la Bolsa, como reservar ac­ciones, medir el volumen diario de valores negocia­dos o el precio de las ac­ciones, siguen los mismos patrones de comporta­miento que se encuentran en los terremotos o en el choque de meteoritos. Según los científicos, es­to puede permitir prede­cir una crisis (aunque no prevenirla) y evaluar los riesgos y oportunidades de las inversiones, así co­mo evitar la pérdida del dinero depositado en el mercado de valores.

*Algo tiene que cambiar hoy en ti para que mañana sea diferente.

*Surgiendo de la nada, hemos alcanzado las más alta cimas de la miseria.

*Todos estamos de visita en este momento y lugar. Sólo estamos de paso. Hemos venido a observar, aprender, crecer, amar y volver a casa.
 

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