¿CONFLAGRACIÓN PLANETARIA?
Nuestra generación parece haber
olvidado que hace setenta años padecimos la Segunda Guerra Mundial,
el mayor horror que haya contemplado la humanidad. Sin embargo, quien olvida su
historia está condenado a repetirla. Corea, Libia, Israel, Irán... Sobre todos
nosotros planea el fantasma de una tercera gran guerra.
Samuel Huntington, profesor de
ciencias políticas en Harvard y creador de la “teoría del choque de
civilizaciones”, en su libro The Third Wave (1991) explica que nuestra civilización
pasa por lo que él llama “olas de democratizan y desestabilizan mundial”. Una ola de democratización es un conjunto de transiciones de un
régimen no democrático a otro democrático, que ocurren en determinado período
de tiempo y superan a las transiciones en dirección opuesta durante ese
período, implicando a su vez la liberalización o la democratización parcial
de sistemas políticos. A cada ola le sigue una contra-ola (u ola de
desestabilización, que es del signo opuesto, es decir, paso de sistemas
democráticos a dictatoriales). En el mundo moderno se han producido tres olas:
primera (extensa) de democratización 1828-1926, primera contra-ola 1922-42;
segunda (breve) de democratización 1943-62, segunda contra-ola 1958-75 y
tercera ola de democratización 1974-1990. Esta última se iniciaría con la Revolución de los
Claveles en Portugal. En dicho año, 1974, existían tan sólo 39 democracias en
el mundo. En 1995 ya eran 117, de un total de 191 países.
UN PELIGROSO CAMBIO DE MONEDA
Según la teoría de Huntington,
que se apoya en ciclos económicos, políticos, sociales, etc., se acerca una
nueva ola desestabilizadora mundial (2009-2019). Esta ola de pérdida de democracia
habría mostrado ya varios signos: acusaciones inequívocas de fraude electoral
(Irán y Afganistán), aislamiento internacional de los gobiernos
democráticamente elegidos (Bolivia, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Franja de
Gaza), pseudos-elecciones para intentar edulcorar “golpes de mano blandos”
(Honduras) y aceptación por la comunidad internacional de sistemas políticos
devenidos en meros gobiernos autocráticos (Bielorrusia, Georgia y Rusia). Así
pues, estaríamos en vísperas de la irrupción en el escenario geopolítico de la
nueva ola desestabilizadora mundial originada por el ocaso de la economía
global; la pérdida de credibilidad democrática de incontables gobiernos de
países del Tercer Mundo; el declive de EE UU como primera potencia mundial y la
irrupción de nuevos actores en el marco geopolítico mundial como China. Rusia,
India y Brasil, que tendrían a Honduras, Paraguay, Grecia, Turquía, Egipto,
Afganistán y Paquistán como paradigmas de los llamados golpes virtuales o
postmodernos que protagonizarán la próxima década en el nuevo escenario
geopolítico mundial. Y. además, un posible fracaso del proyecto europeo y
desmembramiento del Euro. Lógicamente, estos ciclos tienen mucho que ver con
las crisis económicas. Las crisis crean carestía y pobreza y las guerras
pueden ser usadas como políticas anti-crisis. Existen varias causas de la Primera Guerra
Mundial, al margen del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria,
que más bien fue un pretexto. Causas sobre todo de intereses económicos,
comerciales, imperialistas y colonialistas. Por citar un ejemplo: África era
una colonia repartida entre franceses e ingleses y al imperio alemán le
resultaba inaceptable una situación así. En el fondo todo consistía en que el
equilibrio de poderes estaba cambiando. En la actualidad, se está produciendo
un proceso similar. Desde la
Segunda Guerra Mundial, la hegemonía internacional
corresponde a EE UU. Sin embargo, el llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y
China) constituyen una potencia emergente con un crecimiento económico mucho
mayor que EE UU, Europa y Japón. Estaría produciéndose, por tanto, un cambio
en el peso específico de la economía mundial. Vamos a repasar los detalles. El
gran gigante, EE UU, es el país más endeudado del mundo, aunque el significado
práctico de esto es diferente para este país que para cualquier otro, porque se
encuentra endeudado en la moneda nacional que él mismo crea y hace circular.
Finalizada la II Guerra
Mundial, durante los acuerdos de Bretton Woods (1944), se decidió que el dólar
sería moneda internacional (y desvinculada del oro por Nixon en 1971, lo cual
les confiere mayor libertad). Lógicamente, el único país que puede imprimir
esta moneda es EE UU, lo cual le confiere una ventaja única sobre el resto de
naciones, permitiendo endeudarse a niveles inaceptables para el resto de estados.
El emisor del dólar estadounidense tiene un lugar natural para colocar sus
dólares sin costo alguno, ahorrándose miles de millones en intereses que no
tiene que pagar para colocar su moneda. Si necesitan pagar algo, imprimen más
dólares estadounidenses y disponen de un mercado multinacional dispuesto a
recibirlos. Como decíamos, EE UU es el país más endeudado del mundo, con una
deuda privada de 16,8 billones de dólares (cada estadounidense cargaría con una
media de 53.000 dólares). Por otro lado, China es el mayor poseedor de deuda
americana, con 1,1 billones de dólares. De hecho, el 32% de la deuda americana
está en manos extranjeras. Esto estaría muy bien si no fuera porque, en la
última década, numerosos países están pidiendo un cambio en la moneda
internacional. Las consecuencias de dicho vuelco serían: el fin de las ventajas
económicas de EE UU, de su capacidad casi ilimitada de endeudamiento, su
colapso y, sobre todo, una razón suficiente para hacer una guerra. EE UU puede
ser "pobre", insoportable-mente endeudado... Pero está armado hasta los
dientes.
Es cierto que, históricamente, la
guerra ha sido una política anti-crisis: War is Good Business (La guerra es
buena para el negocio), reza el dicho. La guerra funciona para reactivar la economía
porque aumenta la demanda interna (en el fondo es lo opuesto a la austeridad
que nos ahoga actualmente). El Estado se vuelca presupuestariamente en el
reclutamiento y la fabricación de armamento, generando así un significativo
impulso de la demanda agregada de la economía. El desempleo se resuelve rápidamente,
en parte como consecuencia del reclutamiento militar y en parte por las
necesidades de producción de las fábricas de armamento y demás suministros
militares. Lógicamente, esto puede repercutir en un endeudamiento mayor. No
obstante, quien logra la victoria acapara los botines de guerra. Si ganas la
guerra, ésta te saca de la crisis. Para EE UU, debilitado económicamente y con
una cultura productiva en declive, la amenaza constante de guerra sustenta el
gasto militar. Y esta amenaza y el gasto militar poseen una dinámica
diabólica, que tiende a autorrealizarse en la guerra real. Y, por mucho que los
motivos que la causan se disfracen tras razones humanitarias o creencias
religiosas, la guerra sólo busca una cosa: la hegemonía sobre los recursos
(petróleo, gas, agua, etcétera). Ésta es la razón por las que hemos asistido a
tantos conflictos bélicos protagonizados por EE UU en el siglo XX: Guerra del
Golfo, Somalía, Haití, Bosnia-Herzegovina, Irak de nuevo, Afganistán,
Yugoslavia, Libia... La guerra permanente como sinónimo de motor económico. Ya
lo dijo Orwell: “El acto esencial de
la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los
productos del trabajo humano”. Después de una guerra, vienen jugosos
contratos para la reconstrucción de las instalaciones arrasadas. Un ciclo
completo. Ésta ha sido la forma de funcionar durante décadas. Llegados a este
punto, cabría preguntarse por qué hace 70 años que no estalla una
conflagración mundial. Analicemos las razones.
MÁS PODEROSAS QUE LOS ESTADOS
En 1939, cuando estalló la II Gran Guerra, los
estados tenían un peso específico mucho mayor en la política internacional. Hoy
en día existen lo que se llaman sociedades líquidas. Este concepto, introducido
por el sociólogo Zygmunt Bauman, subraya la nueva identidad que caracteriza a
las sociedades modernas, más globales, más universales. Los nacionalismos
acérrimos han ido desapareciendo. Se produjo la integración de la Unión Europea.
Existen fuertes corrientes migratorias propiciadas por eso que llamamos aldea
global. En definitiva: las mismas empresas representan idénticos intereses; no
importa el país en que lo hagan. Si tomamos la lista de las 150 naciones más ricas
del mundo, las 22 primeras son estados, pero a partir ese puesto empezamos a
encontrar empresas: Walmart, Brítish Petroleum, Exxon Mobil, etc. O sea, muchas
de estas empresas tienen más dinero la mayoría de países del mundo. Tienen
poderosos intereses económicos y, a su vez, ejercen influencia sobre las políticas
belicistas de los estados. Es curioso cómo, en cierto sentido, el capitalismo
(porque destruye el estado y el nacionalismo) es quien nos previene de la
guerra. Sin embargo, es evidente que existen guerras. Al margen de conflictos
puntuales como el de Libia o Corea del Norte, la III Guerra Mundial podría
tener otras formas, más etéreas, menos identificables con una guerra
convencional. Situados en el contexto de este artículo, está claro que, tras la
crisis económica y sistemática, los niveles de endeudamiento de los países (récords
desde la II Guerra
Mundial) y con un nuevo frente económico emergente (el BRIC), todo apunta a que
habrá una reorganización. Una guerra, al menos de intereses. La III Gran Guerra, sin duda
será una guerra sin trincheras. Existen diferentes escenarios donde podría
estallar. Ya no va a producirse un conflicto nuclear a gran escala y habrá
otro tipo de guerras de baja intensidad o subterráneas. Hablamos de la
denominada “Guerra Moderna” o “guerra de cuarta generación”, un concepto muy
distinto al de guerra total, como el de la II Gran Guerra, donde se movilizaron todos los recursos
para llevarla a cabo. Esta guerra moderna, que no conduciría a la aniquilación
mutua, comprende varios tipos: biológica, química, informática, psicológica, de
la información, asimétrica, etc. Repasemos con más detalle.
En cuanto a la guerra
informática, también llamada guerra digital o caber-guerra, consiste en considerar
al ciberespacio como un campo de batalla. En el verano de 2011, el Pentágono
creó un comando cibernético para militarizar el ciberespacio. Sin duda, es
mucho más limpio, barato y discreto atacar la infraestructura informática del
enemigo, mediante virus informáticos especialmente diseñados a tal efecto, que
usar cualquier otro medio convencional. Un ataque de estas características
-que necesita elevadísimos grados de conocimiento-, bien perpetrado, es un
arma terrible. Por ejemplo, un virus podría infectar los programas de control
y motorización de los sistemas hidrológicos de un país, abrir todas sus
presas a la vez y, por consiguiente, provocar una enorme catástrofe
humanitaria y económica. También podría suponer la fuga de datos sensibles. El
siguiente ejemplo suena a ciencia ficción, pero es absolutamente real. En 2003,
Taiwan sufrió un caber-ataque que dejó sin servicio a hospitales, la Bolsa y algunos sistemas de
control de tráfico. El método es tan elegante que hasta es difícil saber quién
ha sido el autor. Y existen más casos documentados de ataques: Estonia, 2007,
medios de comunicación, bancos e instituciones gubernamentales sin servicio.
Irán, 2010, las centrifugadoras del programa de enriquecimiento de uranio
fueron atacadas por un potente virus llamado Stuxnet (posiblemente de diseño
norteamericano).Y probablemente haya otros similares que no han trascendido a
la opinión pública. La guerra informática es un peligro muy real. Un virus que
apagase todas las centrales eléctricas de un país (o térmicas, nucleares,
etc.), podría sumir en el caos a un estado.
GUERRAS INFORMATIVAS
En la era de las comunicaciones,
la información también es un arma. Y, de hecho, es muy probable que este tipo
de guerra esté sistematizado hoy en día. Las Operaciones de Información (Info
Ops, en inglés) son una disciplina en evolución dentro del estamento militar.
Se han desarrollado principalmente en EE UU, durante la década de 1990 y
especialmente tras la experiencia adquirida en la Guerra del Golfo. Gracias
al uso de los mass media u otro tipo de tecnologías modernas, se hace llegar
información crítica e influyente para afectar percepciones, manejar opiniones
y controlar comportamientos. El objetivo: ganar los corazones y las mentes.
Existen incluso operaciones de guerra psicológica a través de redes sociales,
no sólo mediante la prensa, radio y televisión. El fin que se persigue es que
la información que cualquier gobierno quiera filtrar venga encauzada por
medios que sean aparentemente independientes, para evitar las sospechas
ciudadanas. Y resulta utilísimo porque, bien usado, es posible poner a la
opinión pública más reticente de tu lado, convenciéndola de prácticamente
cualquier cosa. Además, es igualmente útil en el país que genera el ataque (por
ejemplo, haciendo que tus conciudadanos apoyen una guerra) o en el receptor
del mismo, creando una opinión contraria a sus líderes. ¿Recuerdan las
imágenes de la caída de la estatua de Saddam Hussein el 9 de abril de 2003?
Pues bien, se trató de una maniobra gestada por la unidad de operaciones
psicológicas del ejército norteamericano (según publicó Los Angeles Times). Su
objetivo: promover entre la opinión pública de la región invadida la falsa
idea de una guerra de liberación. El método es tan eficaz que, buscando en
Internet, aún hoy encuentras comentarios a la noticia como si ésta fuera
genuina y producto de un acto improvisado. Como decía Winston Churchill, “Los imperios del futuro serán los
imperios de la mente”.
En 1998, como parte de los
preparativos para un ataque militar contra Irak, se realizó una campaña para
inclinar a la opinión pública en favor de la intervención militar. Se repitió
constantemente que Saddam Hussein era un "lunático" y constituía una amenaza
global. Para ilustrar este aspecto, el 10 de octubre de 1990, el congresista
demócrata Tom Laníos (California) y el republicano John Porter (Illinois) organizaron
una audiencia que tenía todo el aire de una función oficial del Congreso.
Durante la misma, los norteamericanos asistieron al testimonio de una joven
kuwaití, de 15 años, conocida como Nayirah. Antes, se anunció que no se iba a
divulgar su apellido por temor a represalias contra su familia. Llorando a
mares, Nayirah dijo que vio personalmente cómo los soldados iraquíes sacaban
bebés de las incubadoras...
MENTIRAS PUBLICITARIAS
Obviamente, el testimonio de
Nayirah conmocionó a la opinión pública, justo en medio de una ola de grandes
manifestaciones contra los preparativos de la guerra y cuando, de acuerdo a las
encuestas, había una fuerte oposición a la misma. Desde aquel 10 de octubre
hasta el inicio del conflicto, los medios repitieron como autómatas el cuento
de los bebés sacados de las incubadoras. Sin embargo, según John Stauber y
Sheldon Rampton, autores del libro Los residuos tóxicos son muy saludables:
Mentiras, malditas mentiras y la industria publicitaria (1995), lo de las
incubadoras lo inventaron creativos de HUÍ & Knowlton (H&K), la mayor
compañía publicitaria del mundo por aquel entonces, que había sido contratada
por el gobierno kuwaití. Pero, como comprobaron diligentemente Stauber y
Rampton, la inocente Nayirah era, en realidad, miembro de la familia real kuwaití
y fue convenientemente entrenada para contar aquella mentira en el Congreso...
CUANDO EL OPRESOR NO TIENE ROSTRO
¿Quién duda que la misma economía sea un arma de destrucción
masiva? Es curioso el papel que tienen las agencias de calificación norteamericanas.
Cuestionadas por muchos economistas debido a sus grandes errores (no supieron ver la caída de Lehman Brothers, a la que seguían calificando con una triple A
pocas horas antes de su desplome), se duda y mucho de su cacareada
independencia. ¿Independencia? Las tres grandes (Moody's, Standard&Poor's
y Fítch) son norteamericanas. Esto último resulta más que llamativo. No en vano,
estas agencias vienen jugando un papel muy relevante en el fracaso del proyecto europeo. Cada vez que bajan la calificación, sube la prima de riesgo y los
países pagan muchos millones de dinero extra para financiarse. ¿Necesita EE
UU una Europa con el euro débil para que su dólar no pierda fuerza? Es una posibilidad. En cualquier caso, con Bruselas y el BCE, tenemos al enemigo en
casa. Esto abre otro posible escenario en la mente de muchos. La III Guerra Mundial es
una guerra asimétrica del capitalismo contra el individuo, ricos contra pobres.
Vivimos en mitad de una cruda dictadura de mercado. No se puede derrocar al
tirano porque este opresor no tiene rostro. Precisamente, el prestigioso economista
Juan López Torres alerta de que la deuda se usa como guerra contra el
individuo. López Torres subraya que la gran mayoría de países tienen un
sobre-endeudamiento imposible de pagar, porque, entre otras cosas, no existe
posibilidad alguna de que el sistema pueda absorber tales cifras.
Aparentemente, es absurdo que los bancos y las entidades financieras acumulen
esas deudas inmensas, pero Juan López Torres y el también economista Vicent
Navarro sí entienden la lógica oculta: puesto que los bancos pueden crear
deuda de la nada (les basta con realizar anotaciones contables), ese proceso
les resulta sencillísimo. Sin embargo, esta deuda espontánea tiene intereses,
esto es, dinero de verdad que pagamos a los bancos por dinero que ellos crean
de la nada. Estos intereses son un retorno de ingresos impresionante para estos
mismos bancos. Así pueden convertirse en los dueños del mundo sin necesidad de
que se devuelva la totalidad de la deuda que han fabricado. La deuda es la
esclavitud moderna. En un mundo sin guerra, quien va a pagar el gran déficit
público y privado, somos tú y yo: esta es la gran Tercera Guerra Mundial. La
guerra contra el individuo, contra los trabajadores, obligados a pagar los
desmanes de las élites. Pero es mejor vivir esclavizado por la deuda a que
haya una guerra de verdad... ¿o no?
Al margen de las guerras de baja
intensidad, lo cierto es que siempre salen noticias sobre conflictos bélicos.
Ataque preventivo a Irán, conflicto en Libia, participación de Israel en este
último, enfrentamientos en Líbano... Estos conflictos amenazan (especialmente
los de Oriente Medio) con calentar la zona en una espiral de violencia que
acabaría involucrando a la OTAN
y a Rusia, y convertirse en una guerra global. Potencialmente, siempre parece
haber una guerra mundial esperando. Pero, en la realidad, eso no ocurre. Los
militares y estrategas son absolutamente conscientes de lo que se traen entre
manos. Es seguro que muchas guerras están pactadas, de tal manera que los
conflictos no proliferan libremente.
Miremos el caso de Corea del
Norte. EE UU sabe bien que las declaraciones de ese país no están respaldadas
por un poder militar tan fuerte como para llevar a cabo sus amenazas. Desde
la década de 1950, Corea del Norte persigue re-unificar las dos Coreas. Ambas
existen a consecuencia de un acuerdo entre la URSS y EE UU, quien ocupó la mitad sur. Las dos
potencias se iban a retirar y permitir que el país se reunificara. Rusia lo
hizo, EE UU no. Washington mantuvo una fuerte presencia militar en esa zona,
que continúa en nuestros días. Según un artículo de Christine Hong y Hyun Le
publicado el 15 de febrero en Foreign Policy, “calificar a Corea del Norte como
la principal amenaza para la seguridad de la región oculta la falsa naturaleza
de la política del presidente Barack Obama”, pues el verdadero motivo no es
otro que mantener su presencia militar en la región. Esos tambores de guerra
son mera propaganda para auto-legitimar cualquier posible intervención. En
esencia, son guerras ficticias. El caso de Siria es similar. Según The Sunday
Times, en este país hay espías británicos y alemanes infiltrados, que ayudan a
los sublevados a luchar contra el gobierno de Bashar al Assad, también
presionado por Israel, con el apoyo de Obama. No son guerras, son operaciones
donde las fuerzas son tan asimétricas que siempre prevalecen los intereses de
Occidente. Puede que estos conflictos cuesten muchas vidas, pero, al final, lo
que cuentan son los beneficios económicos y los réditos geopolíticos.
*Nada en el mundo es más
peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez cociente.
*La guerra no se hace matando al
adversario, sino minando y destruyendo su moral, y conversando la propia.
*Una vez eliminado la imposible,
lo que queda; por improbable que parezca. Es la verdad.
[J§l].
MMXIII.
UNA MENTE ABIERTA
PUEDE CAMBIAR EL MUNDO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario