La Historia no contada

La Historia no contada
José Luis Rodríguez Pereiro

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿ACAPARAMIENTO DE TIERRAS O NUEVO FEUDALISMO?

Un periodista de investigación en un programa  informativo de televisión digo deberían de aparecer unas letras bien grandes en las pantallas que dijeran: “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Y es que si nos paramos a pensar por un momento, enseguida nos daremos cuenta de que sólo ascendemos a retazo de la realidad. Estamos acostumbrados a ver en la televisión, a escuchar en la radio o leer en la prensa, informaciones sobre terrorismos, guerras, matanzas, narcotráfico, protestas sociales, corrupción, y un largo etc. Pero la información que nos llega es momentánea y centrada únicamente en el hecho en sí, sin la mayor profundización. Si hiciéramos el ejercicio de buscar en cada una de las noticias, intentando informarnos en diferentes fuentes, nos daríamos cuenta de la verdadera trascendencia de ese hecho y su relación con otras circunstancias políticas, sociales o económicas que jamás habríamos sospechado.

¿EN BUSCA DEL ORO VERDE?
ACAPARAMIENTO DE TIERRAS:
¿ALTO SECRETO?
La superficie cultivable se ha convertido en los últimos años en objeto de especulación económica y acaparamiento internacional. Poderosos gobiernos, corporaciones privadas y fondos de inversión se están apropiando en la más absoluta de las reservas de millones de hectáreas en los países del Tercer Mundo, para hacer negocio con los alimentos y garantizarse el suministro en épocas de crisis. Se trata de una nueva “fiebre” por la tierra que ha puesto de manifiesto cuál es el peligro más acuciante al que nos enfrentamos en el futuro: el hambre.

A menudo, incluso en este mundo tan global y repleto de información  proliferan numerosos comportamientos que pasan inadvertidos para la opinión pública. Maniobras empresariales o gubernamentales discurren sigilosamente, aunque dentro de la más absoluta legalidad. Adoptan la forma de transacciones comerciales a pequeña escala que se repiten exponencial-mente  de modo que se vuelven invisibles tanto para los medios de comunicación como para las instituciones reguladoras. Y cuando salen a la superficie, ya es demasiado tarde. Han logrado alterar las relaciones de poder de un territorio, un continente o de todo el planeta.
Esta clase de operaciones silenciosas parecen estar detrás de un fenómeno mercantil tan reciente como preocupante. Consiste en la compra masiva de tierras, principalmente en África Sub-sahariana y Sudamérica, para su posterior explotación agrícola por corporaciones privadas extranjeras o poderosos estados. El fenómeno ha alcanzado una dimensión realmente espectacular, cifrándose en 227 millones las hectáreas que habrían cambiado de manos por esa vía desde 2001. Según informa Oxfam International, una confederación que engloba a 17 organizaciones no gubernamentales que actúan en 92 países, “en la última década se vendieron en todo el mundo terrenos con una superficie total ocho veces mayor que la del Reino Unido. En esta superficie se podrían cultivar alimentos para mil millones de personas; en tan sólo cinco años, el 30% de la superficie del país ha sido objeto de transacciones de tierra”.
Todas estas adquisiciones las protagonizan inversores tan poderosos como China, India, Kuwait, Arabia Saudita o Corea del Sur. Es sorprendente que en un mundo como el actual, donde domina la manera de hacer negocios comprando y vendiendo tecnología, mercancías, carburantes o complejos fondos financieros, determinados gobiernos dirijan toda su atención y buena parte de sus divisas a hacerse con fincas y alquerías en lugares remotos. Pero lo cierto es que tienen buenos motivos para hacerlo: auténtico miedo al hambre.

ABASTECIMIENTO ALIMENTICIO: PRIORIDAD MUNDIAL:
Entre los años 2007 y 2008, al súbito crack financiero global se le sumó una crisis alimentaría con repercusiones igualmente planetarias. Las malas cosechas en diferentes partes del mundo se vieron acompañadas por un incremento del importe de los carburantes, fruto de la debacle económica. A partir de entonces, el efecto en cadena fue inmediato. La subida del precio del petróleo provocó un pronto encarecimiento del transporte de alimentos. Ante el precio estratosférico del barril de Brent, que pasó de 70 dólares a 130 en apenas unos meses, muchos países decidieron apostar por otras energías alternativas, como los bio-combustibles, de tal manera que antiguas tierras dedicadas al cultivo de comestibles cambiaron de producción. Numerosas especies agrícolas, hasta entonces destinadas al consumo humano, fueron sustituidas por otras orientadas al uso tecnológico, como el maíz transformado en bio-diésel.
Al mismo tiempo, en aquellos años se hizo patente que las clases medias de determinadas naciones emergentes, sobre todo las asiáticas, habían cambiado sus gustos gastronómicos. Ya no se conformaban con la dieta tradicional que venían disfrutando desde hacía siglos. Ahora reclamaban comidas más sofisticadas, con ingredientes que no existían dentro de sus propias fronteras. Esta demanda acarreó una mayor dependencia del exterior. El modelo agro alimentario de India, China o Egipto, que juntos suman más de 2.600 millones de habitantes, comenzaba a saltar en mil pedazos.
Al tiempo, otros territorios con menos población, pero muy poderosos económicamente, como los gobiernos del Golfo Pérsico, temían que esa falta de abastecimiento resquebrajara su autoridad interna y desencadenara revueltas sociales. En resumidas cuentas, una espiral imprevisible de acontecimientos había abocado a medio mundo al borde del precipicio. Y en este caso el eslabón más débil de la cadena no eran las finanzas, los carburantes o la burbuja inmobiliaria, sino el acceso a lo más básico: los alimentos.
AGENDAS SECRETAS:
Si alguna enseñanza cabe extraer de esta «tormenta perfecta» es que no se puede confiar en la estabilidad de ningún mercado, incluido el alimentario. El libre comercio no funcionó; las reservas de alimentos descendieron espectacular mente y las protestas populares por el incremento de los precios de los productos básicos se extendieron a 26 países, acabando con regímenes políticos considerados hasta entonces muy estables, como el tunecino. Las revueltas iniciadas en este país a finales de 2010 no sólo provocaron el fin del gobierno, sino que constituyeron la mecha que prendió las revoluciones de la llamada Primavera Árabe en muchas otras naciones, sobre todo del norte de África. A raíz de estos acontecimientos, numerosos gobiernos reaccionaron, y lo hicieron elaborando unas agendas secretas a medio y largo plazo para asegurarse el abastecimiento directo de comestibles, aún en las situaciones económicas más críticas. Con el fin de llevar a cabo tales objetivos, una legión de altos funcionarios de las naciones más poderosas del planeta viajan por todo el mundo con la misión de comprar terrenos susceptibles de ser cultivados. Llegan a ciertos acuerdos con gobernantes del Tercer Mundo y adquieren para sus respectivos países amplias superficies y recursos hidráulicos. Desde este modo, las cosechas obtenidas acaban en los estados propietarios de dichas tierras. Un caso pragmático es China, que desde 2006 viene firmando acuerdos de cooperación con Zambia, Zimbabwe, Uganda o Tanzania, a fin de promover el cultivo de caña de azúcar, mandioca, soja, arroz y maíz. En principio, todo trascurría dentro de la más estricta legalidad, pero enseguida afloraron situaciones tan insólitas como la ocurrida en Sudán, donde millones de personas se morían de hambre o eran atendidas por el Programa Mundial de Alimentos, mientras potencias extranjeras como Egipto, Corea del Sur o Arabia Saudita arrendaban cultivos para abastecer a su propia población. Otro caso no menos sangrante lo encontramos en Etiopía. 13 millones de sus habitantes sobreviven gracias a la ayuda humanitaria internacional, sin embargo en 2010 el gobierno de dicha nación africana cambió la residencia de 150.000 campesinos para arrendar 11.900 kilómetros cuadrados de tierras a inversores extranjeros, en su mayoría procedentes de la India.
EL COLONIALISMO DEL QUE NADIE HABLA:
Informes de entidades independientes revelan que, en aras de la denominada “seguridad alimentaría” de unos cuantos países del Primer Mundo, está produciéndose un acaparamiento de tierras en naciones tercermundistas. Una adquisición de terrenos que, a juicio de organizaciones internacionales como GRAIN (que apoya a los pequeños campesinos), sacaría provecho de los gobiernos débiles, les arrebataría sus propiedades a bajo precio y estimularía la sustitución del campesino autóctono por otro foráneo, más experimentado en el cultivo de las especies que demanda el comprador. Aunque se trata de un fenómeno general, cada país inversor mueve los hilos en función de sus propias necesidades. En el caso de China, su principal problema es la sobre-población. Además, está promoviendo una serie de políticas internas que fomentan la emigración del campo a la ciudad para favorecer el desarrollo industrial. La modernización del gigante asiático está produciéndose a gran velocidad, aunque con enormes desequilibrios. Se estima que allí residen el 40% de los agricultores del planeta y, sin embargo, solo tiene el 9% de las tierras agrícolas del mundo. A estos desajustes hay que añadir la escasez de fuentes de energía propias, lo que convierte la búsqueda de agro-combustibles en una opción muy atractiva. Sin embargo, cultivarlos dentro de sus fronteras supondría quitarle espacio a la producción de alimentos, así que el único camino viable es salir al extranjero para garantizarse las superficies agrícolas que no posee.
UNA REALIDAD INQUIETANTE:
En cambio, en los países del Golfo Pérsico el planteamiento es diferente. Durante los años 2008-2009, la crisis alimentaría hizo que sus dirigentes se dieran cuenta de cuan débil era su poder a pesar de vivir rodeados de petróleo y dinero. Al estar asentados en el desierto, dependen enormemente de la importación de alimentos. Por eso, con el inesperado incremento de precios, el gasto pasó de 8.000 millones de dólares a 20.000. Las clases humildes fueron las más perjudicadas. La media de extranjeros ronda el 63% de la población total, de modo que los autóctonos son minoría. Por tanto, en la medida en que esa base social mayoritaria -conformada en su mayor parte por foráneos- tenga cubierta sus necesidades primarias, los dirigentes pueden respirar tranquilos. Pero cuando fallan los suministros, los gigantes árabes muestran sus pies de barro.
Por ello, sólo entre marzo y agosto de 2008. los estados del Golfo arrendaron varios millones de hectáreas en Sudán, Pakistán, Filipinas, Tailandia, Vietnam o Brasil. Formalmente, suscribieron acuerdos bilaterales a través de los cuales intercambiaban la producción de alimentos por petróleo o gas. Asimismo, enfatizaban la retórica de que ambas partes salían ganando, pero lo cierto es que muchas organizaciones entienden que se da una situación de abuso de poder en la que sólo salen beneficiadas las élites y perjudicados los campesinos. Suele decirse, además, que los arrendamientos o compras se realizan sobre tierras marginales, en desuso, vacías o baldías, y que gracias al inversor se valorará ese espacio abandonado. Pero lo cierto es que las negociaciones suelen estar rodeadas del mayor de los secretos, afectan a terrenos fértiles y los beneficios prometidos para el desarrollo local no terminan de llegar casi nunca. A este respecto, Olivier De Schutter, relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, subraya que “los escasos contratos que hemos podido consultar son muy preocupantes: tienen a lo más cuatro o cinco páginas e incluyen muy pocas precisiones sobre las obligaciones de los inversores extranjeros  En cuanto a las inversiones en infraestructuras o la gestión duradera o sostenible de los recursos naturales, todas esas cuestiones son dejadas a la buena voluntad de los inversores. Es inquietante”.
UN OSCURO NEGOCIO
Esta reciente “fiebre” por la tierra no está protagonizada sólo por gobiernos poderosos que buscan la autosuficiencia alimentaría de sus ciudadanos. Como señala Vicent Boix, investigador asociado de la Cátedra Tierra Ciudadana Fondation Charles Léopold Mayer, de la Universidad Politécnica de Valencia, “si hay un negocio que tiene el futuro garantizado, no es otro que el de la alimentación. Se puede prescindir de todos los objetos que nos rodean y que supuesta-mente nos hacen la vida mejor, sin embargo, llenar el estómago siempre será una obligación. Así lo han entendido esas pocas multinacionales que controlan el comercio de alimentos y los inversionistas que han volcado su dinero en los mercados agrícolas”.
Boix apunta pues a otra suerte de acaparadores de tierras: aquellos que tratan las adquisiciones agrícolas como una manera muy rentable de hacer dinero. Muchas corporaciones poseían grandes cantidades de capital, pero encontraban escasos destinos donde sacarles provecho. Es el caso de los fondos de pensiones, cuya tutela obliga a incrementar su valor, a pesar de que el panorama financiero no ofrece fórmulas atractivas para conseguirlo. Sin embargo, un vistazo rápido a la situación internacional enseguida detectó a unos países con los precios de los alimentos muy caros, frente a otros donde el valor de la tierra resultaba barato. El negocio parecía redondo. A la vez, el cambio climático, la escasez de agua y la destrucción de suelos, más temprano que tarde convertirían en rentables las inversiones que se hicieran en esos momentos. África, con el 37% de las tierras arables del planeta, afloró como el objetivo principal de todas las inversiones.
EXPOLIANDO ÁFRICA Y AMÉRICA:
De este modo, grandes fortunas, multinacionales de todo tipo e incluso fondos universitarios han entrado en el juego del acaparamiento de tierras, ofreciéndose como intermediarios o gestores de las iniciativas auspiciadas por los gobiernos extranjeros. Todo ello estimulado por organismos internacionales como el Banco Mundial, que asesoran y recomiendan el arriendo o la venta de terrenos a los estados africanos y sudamericanos. Entre las corporaciones y capitales privados que están realizando estas políticas destacan Hyundai, Goldman Sachs, Chayton Capital, el presidente de eBay, las universidades de Harvard y Iowa o Agrífirma, propiedad de los Rothschild.
No obstante, numerosas ONGs y agrupaciones de campesinos han comenzado a movilizarse. Reivindican una soberanía alimentaría que salvaguarde la producción de comestibles para la población autóctona y sólo exporte los excedentes. Además, reclaman la transparencia de los pactos firmados entre gobiernos, así como la consulta y el consentimiento de los actuales propietarios o de los usuarios de las tierras acaparadas. Quizás estemos todavía a tiempo y, con el esfuerzo de todos, aún sea posible detener estos auténticos “juegos del hambre”.
ORO VERDE:
Así llama el magnate indio Sai Ramakrishna Karuturi, a las 311.700 hectáreas de cultivo adquiridas en Etiopía. En ellas produce arroz, del que obtiene pingüe beneficios, aunque paga una cantidad ridícula por la tierra, el regadío y las labores agrícolas. Otro compatriota suyo, Sivasankaran, con un patrimonio neto de más de 4.000 millones de dólares, resumió la situación diciendo: “Dios dejó de fabricar tierra. La tierra disponible escasea”. De modo que su compañía, Siva Group, comenzó a adquirir superficies agrícolas por medio mundo. En la actualidad posee 756.000 hectáreas, 670.000 de las cuales están en África. Por su parte, Susan Payne, gerente general de Emergent Asset Manage­ment, resumía la situación con las siguientes palabras: “Es como ser un niño en una tienda de dulces. Las oportunidades son inmensas y los riesgos mucho menores de lo que la gente cree”. Desde 2007 Payne y su marido han adquirido 30.000 hectáreas en Zambia, Mozam­bique, Suazilandia y Zimbabwe. En este sentido, Theo de Jager, antiguo agente del servicio secreto de Sudáfrica, regenta Agri SA, una de las uniones de agricultores más importantes de ese país. En su opinión, “el 45 % de la tierra y los recursos hídricos sub-utilizados a nivel mundial están en este continente. De forma que si nosotros no aprovechamos las oportu­nidades, algún otro lo hará”.
Como siempre, ganan grandes inversores y pierde el Tercer Mundo.
ADUEÑÁNDOSE DEL AGUA:
Una consecuencia directa de estos acaparamientos de tierras es la necesidad de apropiarse también de cursos hidráulicos para afianzar su explotación. De este modo, aquellas fuentes de agua que por su abundancia parecían estar al margen de cualquier contingencia, hoy día tienen un futuro sombrío. La ONU estimó para el río Nilo un potencial de regadío en torno a los 8 millones de hectáreas para los diez países que atraviesa. 5,4 millones ya están en explotación, pero hay concedidas a potencias extranjeras otras 8,6 millones de hectáreas más, lo que supera con creces los cálculos previstos. Buena parte de esos cultivos serán de arroz y caña de azúcar, plantas que requieren aún más agua de la acostumbrada, así que el caudal de este milenario río pronto puede peligrar. La situación resulta igual de grave para los ríos Níger, Orno, Senegal o Tana, donde los gobiernos respectivos entregaron concesiones de tierras con derechos sobre el agua a muy bajo precio. Incluso, ofreciendo preferencia de regadío a los inversores extranjeros frente a las comunidades autóctonas. Dicha situación puede acarrear el agotamiento progresivo de estas arterias africanas, algo que ya es una realidad en el lago Chad, cuya sobre-explotación y menores precipitaciones han reducido su superficie de 26.000 Km. cuadrados a 1.500 en los últimos 45 años. Todavía pueden contemplarse viejas barcas varadas en la tierra, donde antes había agua y pesca abundante.
[J§l].
LA LUZ ALUMBRA A LA OSCURIDAD.
MMXIII




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