Un periodista de investigación en
un programa informativo de televisión
digo deberían de aparecer unas letras bien grandes en las pantallas que
dijeran: “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Y es que si
nos paramos a pensar por un momento, enseguida nos daremos cuenta de que sólo
ascendemos a retazo de la realidad. Estamos acostumbrados a ver en la
televisión, a escuchar en la radio o leer en la prensa, informaciones sobre
terrorismos, guerras, matanzas, narcotráfico, protestas sociales, corrupción, y
un largo etc. Pero la información que nos llega es momentánea y centrada
únicamente en el hecho en sí, sin la mayor profundización. Si hiciéramos el
ejercicio de buscar en cada una de las noticias, intentando informarnos en
diferentes fuentes, nos daríamos cuenta de la verdadera trascendencia de ese
hecho y su relación con otras circunstancias políticas, sociales o económicas
que jamás habríamos sospechado.
¿EN BUSCA DEL ORO VERDE?
ACAPARAMIENTO DE TIERRAS:
¿ALTO SECRETO?
La superficie cultivable se ha
convertido en los últimos años en objeto de especulación económica y
acaparamiento internacional. Poderosos gobiernos, corporaciones privadas y
fondos de inversión se están apropiando en la más absoluta de las reservas de
millones de hectáreas en los países del Tercer Mundo, para hacer negocio con
los alimentos y garantizarse el suministro en épocas de crisis. Se trata de
una nueva “fiebre” por la tierra que ha puesto de manifiesto cuál es el peligro
más acuciante al que nos enfrentamos en el futuro: el hambre.
A menudo, incluso en este
mundo tan global y repleto de información proliferan numerosos
comportamientos que pasan inadvertidos para la opinión pública. Maniobras
empresariales o gubernamentales discurren sigilosamente, aunque dentro de la
más absoluta legalidad. Adoptan la forma de transacciones comerciales a pequeña
escala que se repiten exponencial-mente de modo que se vuelven invisibles
tanto para los medios de comunicación como para las instituciones reguladoras.
Y cuando salen a la superficie, ya es demasiado tarde. Han logrado alterar las
relaciones de poder de un territorio, un continente o de todo el planeta.
Esta clase de operaciones
silenciosas parecen estar detrás de un fenómeno mercantil tan reciente como
preocupante. Consiste en la compra masiva de tierras, principalmente en África
Sub-sahariana y Sudamérica, para su posterior explotación agrícola por
corporaciones privadas extranjeras o poderosos estados. El fenómeno ha
alcanzado una dimensión realmente espectacular, cifrándose en 227 millones las
hectáreas que habrían cambiado de manos por esa vía desde 2001. Según informa
Oxfam International, una confederación que engloba a 17 organizaciones no
gubernamentales que actúan en 92 países, “en la última década se vendieron
en todo el mundo terrenos con una superficie total ocho veces mayor que la del
Reino Unido. En esta superficie se podrían cultivar alimentos para mil
millones de personas; en tan sólo cinco años, el 30% de la superficie del país
ha sido objeto de transacciones de tierra”.
Todas estas adquisiciones las
protagonizan inversores tan poderosos como China, India, Kuwait, Arabia Saudita
o Corea del Sur. Es sorprendente que en un mundo como el actual, donde domina
la manera de hacer negocios comprando y vendiendo tecnología, mercancías, carburantes
o complejos fondos financieros, determinados gobiernos dirijan toda su
atención y buena parte de sus divisas a hacerse con fincas y alquerías en
lugares remotos. Pero lo cierto es que tienen buenos motivos para hacerlo:
auténtico miedo al hambre.
ABASTECIMIENTO ALIMENTICIO: PRIORIDAD
MUNDIAL:
Entre los años 2007 y 2008, al
súbito crack financiero global se le sumó una crisis alimentaría con
repercusiones igualmente planetarias. Las malas cosechas en diferentes partes
del mundo se vieron acompañadas por un incremento del importe de los
carburantes, fruto de la debacle económica. A partir de entonces, el efecto en
cadena fue inmediato. La subida del precio del petróleo provocó un pronto encarecimiento
del transporte de alimentos. Ante el precio estratosférico del barril de Brent,
que pasó de 70 dólares a 130 en apenas unos meses, muchos países decidieron
apostar por otras energías alternativas, como los bio-combustibles, de tal
manera que antiguas tierras dedicadas al cultivo de comestibles cambiaron de
producción. Numerosas especies agrícolas, hasta entonces destinadas al consumo
humano, fueron sustituidas por otras orientadas al uso tecnológico, como el
maíz transformado en bio-diésel.
Al mismo tiempo, en aquellos años
se hizo patente que las clases medias de determinadas naciones emergentes,
sobre todo las asiáticas, habían cambiado sus gustos gastronómicos. Ya no se
conformaban con la dieta tradicional que venían disfrutando desde hacía siglos.
Ahora reclamaban comidas más sofisticadas, con ingredientes que no existían
dentro de sus propias fronteras. Esta demanda acarreó una mayor dependencia
del exterior. El modelo agro alimentario de India, China o Egipto, que juntos
suman más de 2.600 millones de habitantes, comenzaba a saltar en mil pedazos.
Al tiempo, otros territorios con
menos población, pero muy poderosos económicamente, como los gobiernos del
Golfo Pérsico, temían que esa falta de abastecimiento resquebrajara su
autoridad interna y desencadenara revueltas sociales. En resumidas cuentas,
una espiral imprevisible de acontecimientos había abocado a medio mundo al borde
del precipicio. Y en este caso el eslabón más débil de la cadena no eran las
finanzas, los carburantes o la burbuja inmobiliaria, sino el acceso a lo más
básico: los alimentos.
AGENDAS SECRETAS:
Si alguna enseñanza cabe extraer
de esta «tormenta perfecta» es que no se puede confiar en la estabilidad de
ningún mercado, incluido el alimentario. El libre comercio no funcionó; las reservas
de alimentos descendieron espectacular mente y las protestas populares por el
incremento de los precios de los productos básicos se extendieron a 26 países,
acabando con regímenes políticos considerados hasta entonces muy estables, como
el tunecino. Las revueltas iniciadas en este país a finales de 2010 no sólo
provocaron el fin del gobierno, sino que constituyeron la mecha que prendió
las revoluciones de la llamada Primavera Árabe en muchas otras naciones, sobre
todo del norte de África. A raíz de estos acontecimientos, numerosos gobiernos
reaccionaron, y lo hicieron elaborando unas agendas secretas a medio y largo
plazo para asegurarse el abastecimiento directo de comestibles, aún en las
situaciones económicas más críticas. Con el fin de llevar a cabo tales objetivos,
una legión de altos funcionarios de las naciones más poderosas del planeta
viajan por todo el mundo con la misión de comprar terrenos susceptibles de ser
cultivados. Llegan a ciertos acuerdos con gobernantes del Tercer Mundo y adquieren
para sus respectivos países amplias superficies y recursos hidráulicos. Desde
este modo, las cosechas obtenidas acaban en los estados propietarios de dichas
tierras. Un caso pragmático es China, que desde 2006 viene firmando
acuerdos de cooperación con Zambia, Zimbabwe, Uganda o Tanzania, a fin de
promover el cultivo de caña de azúcar, mandioca, soja, arroz y maíz. En
principio, todo trascurría dentro de la más estricta legalidad, pero enseguida
afloraron situaciones tan insólitas como la ocurrida en Sudán, donde millones
de personas se morían de hambre o eran atendidas por el Programa Mundial de
Alimentos, mientras potencias extranjeras como Egipto, Corea del Sur o Arabia Saudita
arrendaban cultivos para abastecer a su propia población. Otro caso no menos
sangrante lo encontramos en Etiopía. 13 millones de sus habitantes sobreviven
gracias a la ayuda humanitaria internacional, sin embargo en 2010 el gobierno
de dicha nación africana cambió la residencia de 150.000 campesinos para
arrendar 11.900
kilómetros cuadrados de tierras a inversores
extranjeros, en su mayoría procedentes de la India.
EL COLONIALISMO DEL QUE NADIE HABLA:
Informes de entidades
independientes revelan que, en aras de la denominada “seguridad alimentaría”
de unos cuantos países del Primer Mundo, está produciéndose un acaparamiento
de tierras en naciones tercermundistas. Una adquisición de terrenos que, a
juicio de organizaciones internacionales como GRAIN (que apoya a los pequeños campesinos),
sacaría provecho de los gobiernos débiles, les arrebataría sus propiedades a
bajo precio y estimularía la sustitución del campesino autóctono por otro
foráneo, más experimentado en el cultivo de las especies que demanda el
comprador. Aunque se trata de un fenómeno general, cada país inversor mueve los
hilos en función de sus propias necesidades. En el caso de China, su principal
problema es la sobre-población. Además, está promoviendo una serie de políticas
internas que fomentan la emigración del campo a la ciudad para favorecer el
desarrollo industrial. La modernización del gigante asiático está
produciéndose a gran velocidad, aunque con enormes desequilibrios. Se estima
que allí residen el 40% de los agricultores del planeta y, sin embargo, solo
tiene el 9% de las tierras agrícolas del mundo. A estos desajustes hay que
añadir la escasez de fuentes de energía propias, lo que convierte la búsqueda
de agro-combustibles en una opción muy atractiva. Sin embargo, cultivarlos
dentro de sus fronteras supondría quitarle espacio a la producción de
alimentos, así que el único camino viable es salir al extranjero para
garantizarse las superficies agrícolas que no posee.
UNA REALIDAD INQUIETANTE:
En cambio, en los países del
Golfo Pérsico el planteamiento es diferente. Durante los años 2008-2009, la
crisis alimentaría hizo que sus dirigentes se dieran cuenta de cuan débil era
su poder a pesar de vivir rodeados de petróleo y dinero. Al estar asentados en
el desierto, dependen enormemente de la importación de alimentos. Por eso, con
el inesperado incremento de precios, el gasto pasó de 8.000 millones de
dólares a 20.000. Las clases humildes fueron las más perjudicadas. La media de
extranjeros ronda el 63% de la población total, de modo que los autóctonos son
minoría. Por tanto, en la medida en que esa base social mayoritaria -conformada
en su mayor parte por foráneos- tenga cubierta sus necesidades primarias, los
dirigentes pueden respirar tranquilos. Pero cuando fallan los suministros, los
gigantes árabes muestran sus pies de barro.
Por ello, sólo entre marzo y
agosto de 2008. los estados del Golfo arrendaron varios millones de hectáreas
en Sudán, Pakistán, Filipinas, Tailandia, Vietnam o Brasil. Formalmente,
suscribieron acuerdos bilaterales a través de los cuales intercambiaban la producción
de alimentos por petróleo o gas. Asimismo, enfatizaban la retórica de que ambas
partes salían ganando, pero lo cierto es que muchas organizaciones entienden
que se da una situación de abuso de poder en la que sólo salen beneficiadas
las élites y perjudicados los campesinos. Suele decirse, además, que los
arrendamientos o compras se realizan sobre tierras marginales, en desuso,
vacías o baldías, y que gracias al inversor se valorará ese espacio abandonado.
Pero lo cierto es que las negociaciones suelen estar rodeadas del mayor de los
secretos, afectan a terrenos fértiles y los beneficios prometidos para el
desarrollo local no terminan de llegar casi nunca. A este respecto, Olivier De
Schutter, relator especial de la
ONU sobre el derecho a la alimentación, subraya que “los
escasos contratos que hemos podido consultar son muy preocupantes: tienen a lo
más cuatro o cinco páginas e incluyen muy pocas precisiones sobre las
obligaciones de los inversores extranjeros En cuanto a las inversiones en infraestructuras
o la gestión duradera o sostenible de los recursos naturales, todas esas
cuestiones son dejadas a la buena voluntad de los inversores. Es inquietante”.
UN OSCURO NEGOCIO
Esta reciente “fiebre” por la
tierra no está protagonizada sólo por gobiernos poderosos que buscan la
autosuficiencia alimentaría de sus ciudadanos. Como señala Vicent Boix,
investigador asociado de la Cáte dra
Tierra Ciudadana Fondation Charles Léopold Mayer, de la Universidad Politécnica
de Valencia, “si hay un negocio que tiene el futuro garantizado, no es otro
que el de la alimentación. Se puede prescindir de todos los objetos que nos
rodean y que supuesta-mente nos hacen la vida mejor, sin embargo, llenar el
estómago siempre será una obligación. Así lo han entendido esas pocas
multinacionales que controlan el comercio de alimentos y los inversionistas
que han volcado su dinero en los mercados agrícolas”.
Boix apunta pues a otra suerte de
acaparadores de tierras: aquellos que tratan las adquisiciones agrícolas como
una manera muy rentable de hacer dinero. Muchas corporaciones poseían grandes
cantidades de capital, pero encontraban escasos destinos donde sacarles provecho.
Es el caso de los fondos de pensiones, cuya tutela obliga a incrementar su
valor, a pesar de que el panorama financiero no ofrece fórmulas atractivas para
conseguirlo. Sin embargo, un vistazo rápido a la situación internacional
enseguida detectó a unos países con los precios de los alimentos muy caros,
frente a otros donde el valor de la tierra resultaba barato. El negocio parecía
redondo. A la vez, el cambio climático, la escasez de agua y la destrucción de
suelos, más temprano que tarde convertirían en rentables las inversiones que
se hicieran en esos momentos. África, con el 37% de las tierras arables del
planeta, afloró como el objetivo principal de todas las inversiones.
EXPOLIANDO ÁFRICA Y AMÉRICA:
De este modo, grandes fortunas,
multinacionales de todo tipo e incluso fondos universitarios han entrado en el
juego del acaparamiento de tierras, ofreciéndose como intermediarios o
gestores de las iniciativas auspiciadas por los gobiernos extranjeros. Todo
ello estimulado por organismos internacionales como el Banco Mundial, que
asesoran y recomiendan el arriendo o la venta de terrenos a los estados
africanos y sudamericanos. Entre las corporaciones y capitales privados que
están realizando estas políticas destacan Hyundai, Goldman Sachs, Chayton
Capital, el presidente de eBay, las universidades de Harvard y Iowa o
Agrífirma, propiedad de los Rothschild.
No obstante, numerosas ONGs y
agrupaciones de campesinos han comenzado a movilizarse. Reivindican una
soberanía alimentaría que salvaguarde la producción de comestibles para la
población autóctona y sólo exporte los excedentes. Además, reclaman la
transparencia de los pactos firmados entre gobiernos, así como la consulta y el
consentimiento de los actuales propietarios o de los usuarios de las tierras
acaparadas. Quizás estemos todavía a tiempo y, con el esfuerzo de todos, aún
sea posible detener estos auténticos “juegos del hambre”.
ORO VERDE:
Así llama el magnate indio Sai
Ramakrishna Karuturi, a las 311.700 hectáreas de cultivo adquiridas en Etiopía.
En ellas produce arroz, del que obtiene pingüe beneficios, aunque paga una
cantidad ridícula por la tierra, el regadío y las labores agrícolas. Otro compatriota
suyo, Sivasankaran, con un patrimonio neto de más de 4.000 millones de
dólares, resumió la situación diciendo: “Dios dejó de fabricar tierra. La
tierra disponible escasea”. De modo que su compañía, Siva Group, comenzó a
adquirir superficies agrícolas por medio mundo. En la actualidad posee 756.000
hectáreas, 670.000 de las cuales están en África. Por su parte, Susan Payne,
gerente general de Emergent Asset Management, resumía la situación con las siguientes
palabras: “Es como ser un niño en una tienda de dulces. Las oportunidades son
inmensas y los riesgos mucho menores de lo que la gente cree”. Desde 2007
Payne y su marido han adquirido 30.000 hectáreas
en Zambia, Mozambique, Suazilandia y Zimbabwe. En este sentido, Theo de Jager,
antiguo agente del servicio secreto de Sudáfrica, regenta Agri SA, una de las
uniones de agricultores más importantes de ese país. En su opinión, “el 45 %
de la tierra y los recursos hídricos sub-utilizados a nivel mundial están en
este continente. De forma que si nosotros no aprovechamos las oportunidades,
algún otro lo hará”.
Como siempre,
ganan grandes inversores y pierde el Tercer Mundo.
ADUEÑÁNDOSE DEL AGUA:
Una consecuencia directa de estos
acaparamientos de tierras es la necesidad de apropiarse también de cursos
hidráulicos para afianzar su explotación. De este modo, aquellas fuentes de
agua que por su abundancia parecían estar al margen de cualquier
contingencia, hoy día tienen un futuro sombrío. La ONU estimó para el río Nilo un
potencial de regadío en torno a los 8 millones de hectáreas para los diez
países que atraviesa. 5,4 millones ya están en explotación, pero hay
concedidas a potencias extranjeras otras 8,6 millones de hectáreas más, lo que
supera con creces los cálculos previstos. Buena parte de esos cultivos serán
de arroz y caña de azúcar, plantas que requieren aún más agua de la
acostumbrada, así que el caudal de este milenario río pronto puede peligrar. La
situación resulta igual de grave para los ríos Níger, Orno, Senegal o Tana,
donde los gobiernos respectivos entregaron concesiones de tierras con
derechos sobre el agua a muy bajo precio. Incluso, ofreciendo preferencia de
regadío a los inversores extranjeros frente a las comunidades autóctonas. Dicha
situación puede acarrear el agotamiento progresivo de estas arterias
africanas, algo que ya es una realidad en el lago Chad, cuya sobre-explotación y
menores precipitaciones han reducido su superficie de 26.000 Km . cuadrados a
1.500 en los últimos 45 años. Todavía pueden contemplarse viejas barcas varadas
en la tierra, donde antes había agua y pesca abundante.
[J§l].
MMXIII
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